-Eres un niño malo – repitió, a manera de despedida.
Yo me reí mientras arrancaba el coche. Al llegar a mi casa aquella mañana, me sentía sucio. Indigno. Menos mal que mi esposa estaba de viaje con nuestra hija. Así gozaba de un par de días para poner mis pensamientos en orden. Había cumplido con una de mis más viejas fantasías, pero lejos de sentirme realizado, estaba destrozado. Vacío. Y la verdad, no sabía por qué.
Lo disfruté. He de admitirlo que lo disfruté. Y mucho
Sentir todo su cuerpo sobre el mío. Como su sudor se mezclaba con mi sudor. Como me besaba. Lo manera que con su lengua acariciaba cada recodo de mi boca… Como me penetraba.
Pero en aquel momento, ni siquiera evocar los momentos de lujuria y de placer me reconfortaba. A decir verdad, me daba vergüenza.
Sentía que había abusado de él. Que lo había metido en mi cama e hice que se metiera dentro… Que se metiera dentro de mí. ¿Lo había violado?
Justo antes de bajarse de mi coche y repetirme la frase de que yo era un niño malo, había admitido que aquella había sido su primera vez.
-¿Cuántos años tienes?- quise saber.
-¿Cuantos crees que tengo?- respondió.
-23… 24- me aventuré.
-Tengo 19 años y tres meses nada más…
Me quedé un rato en shock. 19 años. Es solo un niño, pensé. Él es el niño malo.
Que todavía no hubiese alcanzado los 20 me sorprendió. Aunque que yo -precisamente yo- hubiese sido su primera vez, fue lo que más me golpeó.
A los 19 yo …
Yo llegué algo tarde a la sexualidad activa. Durante mi época en la preparatoria solo jugaba a masturbarme indiscriminadamente pensando en ellas… o en ellos.
Apenas entré a la universidad, rápido recuperé el tiempo perdido. A los 19 ya había alcanzado los dos dígitos en lo que se refiere a parejas sexuales. Aunque solo me aboqué a un segmento de mis fantasías: el de las chicas. No fue una cosa planificada, mucho menos consciente. Simplemente ocurrió así.
Una tras otras las damiselas desfilaban por mi cama para que las hiciera mías. Incluso de a dos y de a tres. Y yo como lo disfrutaba. Follar se había convertido en mi única razón para vivir. Ser el niño malo era un papel que además me salía natural.
El momento de sentar cabeza
Cuando me hice profesional, apareció la indicada: mi esposa. La mujer de mi vida.
Tenía 25 años cuando nos casamos. Los primeros tres años fueron de puro sexo salvaje alrededor del mundo, pero ya con una sola persona. Me había vuelto monógamo. O como escuché decir alguna vez a un amigo venezolano: monocuco.
Esa también fue una etapa de mi vida que disfruté al máximo.
Luego ella quedó en estado y nació nuestra hija, quien desde el momento en que llegó, se convirtió en mi nueva razón para vivir. Empezamos a ser tres los que viajábamos alrededor del mundo. El sexo siguió allí. Siendo bueno. Siendo exclusivo… Todavía sigue siendo bueno… y salvo excepciones, exclusivo.
El niño malo
Pero verlo a él en mi oficina -fue contratado como uno de mis aprendices- me hizo retroceder a mi adolescencia. Regresé a la época en que me divertía masturbándome por ellas… y por ellos. La vieja fantasía de ser penetrado volvió a mi mente. Yo pensé que se había ido. Pero no. Seguía allí, oculta en algún rincón de mi mente inconsciente.
Apenas me lo propuse, rápido descubrí que no hay mayor diferencia entre llevar a una mujer o a un hombre a la cama. Más cuando el implicado así lo quiere.
Una invitación casual a un bar. Temas superfluos de conversación (él hablaba de todas las chicas de la oficina que le gustaban. Que luego de hacer un recuento, descubrimos que eran todas). Algunas cervezas.
-¿Se lo has dicho a alguna?- quise saber.
-A ninguna
-¿Por qué?
-La verdad, no me atrevo- respondió, resignado y derrotado a partes iguales.
Y allí fue…
-Un chaval tan guapo como tú no debería tener problemas para follarse a quien quiera
-¿Tú crees?- preguntó sonrojado, casi avergonzado. Pero ya había mordido el anzuelo.
-Lo peor que te puede pasar es que te digan que no. Y créeme cuando te digo que eso no duele
25 minutos más tarde estacionaba mi SUV en una cabaña de un discreto motel en las afueras de la ciudad. Aquel era un establecimiento del cual yo fui cliente frecuente durante mis años en la universidad. Después de registrarme se me cruzó por la mente que no lo visitaba desde que me había casado. Deseché aquel pensamiento inoportuno y seguí adelante.
El momento
Lo desnudé lentamente. Cuando ya no quedaba más nada que quitar, me quedé un rato contemplando aquella figura. Aunque era una situación que muchas veces había recreado en mi mente, era la primera vez que tenía de frente a un hombre desnudo con la intención de follármelo… o más bien, al contrario.
Su tez blanca resplandecía. Pecho lampiño y flaco, con grandes pezones rosados y abdomen completamente plano. Muslos perfectamente definidos y pies grandes, de dedos gruesos y muy limpios. Pero lo mejor estaba justo en medio: una polla gruesa y vigorosa, con unos testículos apenas cubiertos de pelo.
Es solo un niño, pensé en ese momento. Un niño malo. Otro pensamiento que mandé a volar para seguir con lo mío.
Me desvistió, no muy lentamente. Me abrazó. Nuestras penes también se abrazaron. Fue una sensación extraña. Atípica, más bien.
Nos besamos. Sus labios carnosos eran realmente estimulantes. Los mordí con suavidad y sentí como su falo se puso todavía más rígido.
Se puso de rodillas y empezó a mamármelo. Oh, como lo metía dentro de su boca. Todo. Como pasaba su lengua de punta a punta. La forma en que me chupaba las bolas. Como lo mordía.
Parecía que el joven novato e inexperto era yo. No me pude aguantar y rápido me corrí en su boca. Con fuerza y potencia. Como cuando era 20 años más joven y tenía la edad de él.
Se sorprendió al inicio. Luego se levantó, me empujó sobre la cama, me colocó boca abajo y sin darme tiempo a reaccionar, introdujo toda su polla en mí. No pude contener un profundo grito de dolor -de mucho dolor-. Pero también de placer.
-Has sido un niño malo- me dijo.- Ahora vas a pagar.
Lo hicimos toda la noche. Debo decir más bien, que él me lo hizo toda la noche. Me folló a placer por casi ocho horas, con apenas algunas pausas para ir al baño o comer algo. Allí descubrí que 20 años sí hacen la diferencia.
Sigue siendo mi aprendiz
Ahora cada vez que nos vemos en mi oficina -que irremediablemente es todos los días- el me sonríe con picardía. Como reviviendo nuestro pequeño secreto.
Siguió mis consejos y creo que ya se ha acostado con la todas las mujeres de la empresa. Casadas, divorciadas, solteras, lesbianas. También sospecho que se ha follado a alguno de los hombres. Me recuerda un poco a mí. No discrimina. Aunque a mi me tomó varios años llevarlo al plano real.
-Eres un niño malo- le dije una vez, en medio de una reunión.
-¿Yo?- preguntó, como si nada.
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