Hay cosas que uno solo piensa que pasan en la TV o en las películas. Escenas de telenovela barata grabadas en alguna parte de Miami, donde la protagonista habla con acento mexicano, el galán es venezolano o colombiano y la villana es de Argentina. Situaciones bizarras que solo pueden tener lugar en una película de Almodóvar o de Bigas Luna. Historias de sexo salvaje digno de cine porno. Fantasías que solo a gente con el rostro de Brad Pitt pueden ocurrirles. Pero aquella semana, a mi me pasó de todo… Y aún no entiendo como conseguí sobrevivir para contarlo.
Día uno, primera parte
Pero el vuelo fue cancelado por una falla técnica de último minuto. Los de la aerolínea nos dieron a los pasajeros la opción de embarcarnos en otro avión que salía hacia Medellín y de allí montarnos en un tour que incluía una conexión en Maracaibo antes de aterrizar en la capital de Venezuela. O esperar dos días para la próxima salida directa hasta el Aeropuerto Simón Bolívar. Opté por lo segundo. Hacer turismo tropical en solitario no era algo que me llamase mucho. Además, tendría dos días más para estar con mi chiqui.
Sexo salvaje en mi casa
Mientras iba en el Uber hasta Toledo, soñaba con todas las formas posibles en que me la iba a follar con aquellos dos días de regalo que nos había dado Iberia. Sería sexo salvaje en estado puro.
Lo haríamos en el baño, bajo la ducha. Ella de pie, despaldas a mí, apoyada con ambas manos en la puerta corrediza y yo penetrándola por detrás.
Luego en la mesa de la cocina. Ella en cuatro patas sobre el tablón y yo sujetándola duro, con una mano en la cintura y la otra trenzada en su cabellera.
También en el balcón. Al amanecer o al atardecer. Fingiríamos estar viendo el cielo, yo abrazándola por la espalda y ella sin poder disimular el placer que le hago sentir, mientras la vieja que vive en el piso del otro lado de la calle no para de cuchichiar al teléfono, santiguándose de manera compulsiva cada cierto tiempo, sin dejar de ver por la ventana de su cuarto.
Casi acabo yo solo en la parte de atrás del Seat que no terminaba de llegar. Opté con entretenerme con idioteces del tipo quién ganaría un uno contra uno entre LeBron James y Michael Jordan para disimular mi calentura.
Cuando por fin llegué a mi casa, no daba crédito a lo que veía…
¿Qué haces aquí?
Mi chiqui y yo llevábamos dos semanas viviendo en un pequeño piso de un solo ambiente que rentamos en el casco central de la capital de Castilla-La Mancha. Sin embargo, poco nos veíamos, porque ella trabaja toda la noche como enfermera y yo estoy todo el día de gerente en una oficina bancaria. Las pocas veces que coincidimos en nuestro lecho de sexo salvaje, lo único que hicimos fue dormir.
Durmiendo no la encontré. Estaba desnuda, en cuatro patas, en medio de la cama, (de nuestra cama), mientras un tipo con cara de doctor se la follaba por detrás… como yo nunca había podido. Ambos estaban de frente a la puerta, por lo que me vieron en el momento en punto en el que yo entré.
Pero estaban demasiado ocupados como para detenerse. Sin ignorarme (ninguno de los dos me quitaba la mirada de encima), continuaron en los suyo. Parecía incluso que él empezaba a imprimir más violencia. Ella no disimulaba los gemidos, que de a poco fueron ganando en intensidad.
Me quedé petrificado viendo la escena. No sabía qué hacer. Mi polla no pareció disgustarle aquello y rápido se puso rígida, lista para entrar en acción. Pero mi orgullo herido pudo más y me contuve.
Mientras el invasor estaba a punto de acabar (o al menos eso parecía), mi chiqui me preguntó entre dos gemidos de placer qué estaba haciendo allí.
Fue entonces cuando la verga del intruso quedó a la vista (era impresionantemente más grande que la mía) y derramó todo el semen sobre la espalda de la que yo creía, era el amor de mi vida.
No pude más, aquello fue demasiado. Salí espantado, lejos de aquella pesadilla.
Ya que estás aquí, quédate y únete a la fiesta…
Mientras corría por las escaleras, pude escuchar cuando ella me gritaba: “Aarón, espera”. La puerta del apartamento se abrió y ella se paró desnuda en medio del pasillo. Su piel canela en un metro ochenta iluminaba toda la estancia. Su sexo calvo y sus prominentes senos (aquellos en donde había nadado a placer, creyendo que eran solo míos), se mostraban al mundo sin ningún pudor. “Ya que estás aquí, ¿no quieres intentarlo?”
… Continuará
Historias de Sexo Salvaje. Primera Parte – Sorpresa en Toledo
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