Todos los años lo mismo. Con diciembre no solo llega el invierno, también las fiestas decembrinas. La verdad no es que yo sea un Grinch. Pero en ocasiones, no puedo con la hipocresía de la gente. Repartiendo deseos de buena voluntad, mientras te clavan una estaca por la espalda. Demasiado. Pero dos semanas antes del solsticio de invierno todo cambió. Mi regalo de navidad este año se había adelantado.
La rutina en el trabajo era cada vez es más monótona. Todo es gris, lento, anodino. O al menos así era hasta que apareció en el umbral de la puerta una figura majestuosa. Excelente cuerpo, increíbles ojos color miel, tez latina con un leve bronceado, labios perfectamente delineados, hermosa sonrisa, desbordando simpatía.
Quedé fascinado con solo imaginarme todo eso para mi. ¡¡ Uff, qué ricura!! Inalcanzable pero rico. Seguí con mi trabajo como si nada, porque de ahí no iba a obtener nasa. O al menos eso creía.
Su nombre: Hamilton. Lo poco que entendí de lo que dijo mi jefe, quien había ido hasta mi oficina a presentármelo, era que estaría con nosotros hasta mayo, cubriendo la vacante de alguna de las chicas (cuyo nombre no recuerdo) que se había ido de permiso postnatal.
¿El destino?
Ese mismo día en la tarde coincidimos en el ascensor. Él y yo solos. Demasiado. – ¡Hola precioso! ¿Ya terminó tu jornada?- Me atraganté sin saber qué responder. Entre la sorpresa y el halago solo alcancé a medio sonreír respondiendo, casi por inercia, que sí.
A partir de allí mis días se llenaban de curiosidad y un cierto cosquilleo. No soportaba las ganas. Sabía qué estaba jodido. No podía aguantar mucho tiempo sin probarlo. Una semana más tarde me armé de valor. Compré dos mocaccinos y caminé directo a su puesto.
Le llegué por detrás, le di un beso en el cuello y le dejé el café sobre su escritorio. – Este es mi primer regalo de navidad para ti-. Se sobresaltó, volteó sonrojado. Medio sonrió como agradecimiento.
– Lograste sorprenderme – me dijo en lo que salíamos de la oficina. – Pensé que no te atraía lo mismo que a mí.
¡Oh, dios!
No pasó nada más entre nosotros durante los siguientes días. La verdad el flujo de trabajo era alto, cosa normal en diciembre, por lo que apenas y había espacio para comer, ir al baño y dormir por las noches.
Pero llegó el día de la fiesta de navidad. Yo como siempre, apartado del mundo, ni enterado estaba. (Seguramente había enviado la invitación a la bandeja de spam). Esa tarde se apareció por mi oficina vistiendo un impecable traje negro a la medida inigualable. Su aroma me mareaba. Una esencia a hombre innegable e impecable.
-¿Vas a la fiesta? – me preguntó.
-La verdad, no me gustan esas cosas – confesé. –Pero contigo, voy a donde sea.
Sin pensarlo, apagué el ordenador y me levanté para irme con mi regalo de navidad. Cuando pesé a su lado, me tomó de la cintura y me besó como nunca antes lo había hecho. Ahí caí derretido.
Demasiado
La erección fue instantánea. Fue un momento embarazoso. Intente separarme, pero él me apretó más contra su pecho. – Déjate llevar- susurró. Me soltó por unos segundos, solo para poder cerrar la puerta. – Creo que antes de ir a ninguna parte, hay algo que debemos hacer aquí, y ahora.
Con movimientos ágiles me desabrochó el pantalón, me agarró el pene con firmeza y empezó a masturbarme. Al mismo tiempo, su mano libre desabotonó uno a uno los botones de la camisa. Me besó el pecho, me mordió los pezones sin compasión, con lo cual la erección se hizo todavía más dura.
Hasta que sus labios se posaron sobre mi equipo. Por suerte estaba al lado del escritorio y pude apoyarme a tiempo para no terminar en el piso. Me succionaba tan fuerte, tan rico, que tuve que morder mi corbata para no gritar.
No pude aguantar mucho más. Acabé en su boca. Por poco lloro de la rabia que sentí por no poder controlarme. A no ser porque él se lo tragó todo lamiendo de arriba a abajo mi miembro, sin recriminarme nada.
Segundo Round
Se incorporó solo para desabrocharse el pantalón y dejar a la vista la polla más grande que yo había visto en mi vida. Ni siquiera en una película porno recordaba una cosa tan maravillosamente majestuosa como la que tenía ante mí.
Me tomó por la cintura, me dio la vuelta e hizo que apoyara ambas manos en el escritorio. Me penetró con suavidad, cuidando no hacerme daño. El recorrido centímetro a centímetro de su mástil ganando terreno dentro de mí fue apoteósico. Cuando sus bolas tocaron mis glúteos me mordió la espalda. Fue demasiado. Esta vez no pude evitar gritar. Menos mal ya todos se habían marchado para el agasajo navideño.
Mi regalo de navidad. Solo para mí
No salimos de mi oficina en toda la noche. De todas formas, ninguno de los dos quería ir a esa orgía de hipócritas. Para mi, la mejor fiesta de navidad de la historia fue esa noche con Hamilton… Y las que vinieron después. Hasta que su contrató terminó y se fue.
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