Procuraba estar calmado. No lo estaba logrando. Estaba estúpidamente nervioso, esperando la llegada de mi colega. “Me voy a tardar todavía un par de horas más”, escribió por WhatsApp. Te envío unos nudes, para que vayas calentando.
Estaba por preguntar a qué se refería con aquello de los nudes, cuando 15 fotografías que llegaron a mi celular me dieron la respuesta. Mi pene se puso alerta en el acto. Fue un reflejo que me emocionó e incomodó a partes iguales. Definitivamente estoy saliendo del clóset, pensé.
Había separado las imágenes en dos categorías: verga y culo. “Detalla bien cada uno de los grupos y así nos vamos haciendo una idea de cual es tu rol. Lo sabrás por lo duro que se te pondrá la polla”.
Por detrás
En las primeras siete fotos mi nuevo amigo siempre estaba de espaldas, con sus bien formados glúteos en el centro de la imagen. Algunas de las fotografías me parecieron increíbles, con un impecable sentido estético. La iluminación y las texturas estaban perfectamente trabajadas. La carga erótica no solo provenía del cuerpo desnudo: toda la composición contribuía a crear esa atmósfera.
Además, los músculos de su dorso estaban perfectamente definidos. Lo mismo que los de sus piernas. Y sus nalgas prominentes y duras invitaban a agarrar y morder. Mi amigo se emocionó… un poco
Dos de las fotografías de su retaguardia me resultaron chocantes y hasta grotescas. Estaba en cuatro patas, con el ano abierto, en una clara invitación a la penetración. Pasé de largo sin reparar en muchos detalles.
Nudes, por delante
Las siguientes ocho imágenes me pusieron a sudar instantáneamente. Mi corazón empezó a latir de manera desordenada y mi cuerpo empezó a temblar de maneras incontrolables, al mismo tiempo que híperventilaba. Llegué a asustarme, creía que me iba a dar un infarto.
Pero resulta que solo estaba terriblemente excitado. En ninguna de las diapositivas le veía la cara, tampoco me hacía falta. Lo que se mostraba era justo lo que necesitaba ver. Al ver aquellos nudes supe cual era mi rol.
Primero, me entretuve detallando su pecho esculpido por los dioses. Me imaginé pasando mi lengua por sobre su abdomen perfectamente dibujado. Por algún momento dudé: aquel cuerpo de Adonis no podía ser verdad. Seguramente había una trampa en alguna parte. Ignoré aquel pensamiento y proseguí. Me concentré en lo verdaderamente importante: su asombroso pene.
Aún cuando en algunas fotos estaba flácido, su largo y su grosor no dejaban de ser intimidantes. ¿Cómo será tener todo eso dentro de mí? En las últimas fotos, su equipo estaba listo para la acción y lucía tan vasto que daba miedo. Y excitaba. Tenía que mamársela.
No sé en qué momento había empezado a masturbarme. Ya sentía como el escalofrío que antecede a la eyaculación empezaba a formarse en la planta de mis pies, cuando llegó un nuevo mensaje. Esta vez era un video pornográfico de un hombre follándose a otro con violencia. “Todavía no te conozco en persona, pero sospecho que quieres ser el que grita”.
En ese momento me vine y grité. Ya no podía seguir esperando. Desesperado, marqué su celular.
-Tranquilo papi – dijo al otro lado de la línea telefónica – Ya voy en camino.
-Ya sé lo que quiero – hablaba sin meditarlo.
-Quieres que te haga gritar, lo sé.
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