Era una tarde monótona de verano. El calor asfixiante mermaba los sentidos. No sabía qué hacer, el fastidio de un día anodino y lento en la redacción me sofocaba. Era difícil concentrarse. Hasta que de repente llega todo un torbellino al piso. Era ella, medio chiflada, medio cachonda, impregnando todo el aire con su inconfundible sex appeal. ¡Más calor!. Al comienzo me genera una seria contradicción interna. Pero esos labios, el cabello castaño que se bate de lado a lado con la brisa cálida que entraba por la ventana. ¡Era demasiado!
Caí en una nube de ensueño. Sentía su calor, sus labios y sus besos en mi cuerpo. No sabía qué me pasa. Pero era una sensación divina que no quería frenar. Decidí huir. Buscar un helado que me regulase la temperatura y escapar. Pero mayor sorpresa me llevé que cuando esperando el ascensor, al borde de la desesperación, escuché a mi lado una dulce voz que se me ofrecía. – Con este calor lo que apetece es un helado –dijo, como si pudiese leer en mis pensamientos. -¿No te apetece uno?
Se me nubló la mente. Solo vi su sonrisa y sus labios diluirse en la bruma de mi cavilar. En lo que abrió el ascensor yo entré por inercia, mientras Sofía iba muy divertida.
Más calor
No pensaba en nada. Solo quería besarla, hacerla mía sin compartirla con nada ni con nadie. Pero no estábamos solas…
Era tan bella, su tez blanca como la nieve, labios rojos ardientes, como la llama de mi curiosidad por ella. Por su sabor, por su olor. Sus cabellos castaño claro largo hasta la cintura, justo para agarrarla, atenazarla. Que ricos se veían sus senos prominentes. Sentía que se derretían en mi boca, como el helado que supuestamente bajamos a comer.
El ascensor se deslizaba lentamente, como dando tiempo a que hiciésemos algo. Ella me hablaba pero yo era incapaz de escucharla. Solo la veía. En algún piso la puerta se abrió y el señor que venía con nosotras se bajó dando las buenas tardes.
Quedamos solo ella y yo. La miré de arriba a abajo, sin disimulo. Sentí que el tiempo se detuvo. Decidí tomar la iniciativa y me acerqué lentamente. Su sonrisa se borró, sentía su cuerpo vibrar. Parecía que le aterraba que de repente la puerta se fuese abrir nuevamente y alguien nos descubriese.
A por ella
No le di más tiempo para dudas. La empujé hacia una de las paredes del propio ascensor, subí lentamente mi mano derecha por el dobles de su falda y fui lentamente acariciando su muslo, hasta apretar su nalga firme, caliente y húmeda. Comencé a besarle el cuello, ella se dejaba. Hasta que empezó a desabrochar mi blusa con violencia, con desespero. Luego quitó mi brassier con una sutileza inexplicable, porque las ganas que nos teníamos iban más allá de la calma.
– Te deseo – me susurró mientras mordía con fuerza una de mis orejas. Toda yo estaba caliente. Casi caigo desmayada, no podía creer que me tenía tantas ganas como yo a ella.
Me besaba con tanta violencia que dolía. Me dolían los labios, sus manos en mis senos. Intenté desnudarla, pero ella me detuvo y se echó hacia atrás. En ese momento quien dudaba era yo. ¿Se estaba burlando de mí?. Cuando la vergüenza empezaba a dominarme, sus manos, sin yo darme cuenta, habían terminado de desabrocharme el pantalón. Cuando alcancé a reaccionar, quien estaba completamente desnuda era yo. Se arrodilló para acomodar su rostro justo frente a mi sexo. Me besó como nadie lo había hecho antes. Ningún hombre había sido capaz de hacerme sentir así.
Me dejaba llevar, lo disfrutaba, intentando no perder el equilibrio. De pronto, sentí un golpe fuerte en el ascensor. Abrí los ojos asustada y vi su mano apretando el botón rojo para detenerlo. Su mano volvió a mí, la sentía dentro de mi vagina, acariciándome. Poco a poco, en medio de tanta excitación, me arrodillé para estar a nivel de los labios que me embriagan.
A por nosotras
La tomé por los cabellos y mordí sutilmente sus labios carnosos, jugosos, divinos. Le quité la camiseta y el sostén en un solo movimiento. La acerqué hacia mí, sus senos contra los míos. La desvestí por completo y con su ropa y la mía improvisé una cama para nosotras, para las amantes furtivas del elevador. La recosté sobre las ropas, mientras la devoraba lentamente, como una dulce fresa que se quiere degustar hasta el final. Absorbí toda su vagina en mi boca, me llené de su sabor, su dulzura. Lo hacía cada vez con más fuerza, la escuchaba gemir esforzándose por aguantar hasta lo último las ganas, el deseo.
Me volteó de un solo manotazo. Ahora era ella quien estaba arriba, dominante. Me chupaba los senos con frenesí, me lamía el cuello. Sin despegar su boca de mi piel bajó por mi abdomen hasta alcanzar mi vagina. Yo abrí las piernas y ella me penetra con su lengua. Me mordía con fuerza, pero no me provocaba dolor, sino mucho placer y mucho todavía más calor.
Se incorporó y colocó sus labios inferiores justo por encima de mis labios superiores. Se dejó caer sobre mi boca y empezó a danzar como una ola. La tomé por la cadera y la sostuve firme en mi cara, para poder disfrutar su clítoris vibrando a cada roce de mi lengua. Ella gritaba de pasión, de éxtasis. Para evitar que sus gritos se escucharan fuera, tomó del suelo mi blusa y empezó a morderla con fuerza. Hasta la sentí correrse por mi lengua como magia del cielo. Un líquido caliente, tierno, supremo que emanaba de su cuerpo. Ya no aguantaba. El calor tan concentrado en mi vagina, que yo estaba también a punto de correrme sin poder disfrutarlo con ella. Pero mi dulce Sofía sonrió con picardía, mientras yo la miraba suplicante.
Volvió a abrirme las piernas y hundió su rostro dentro de mí. Tenía tanto rato aguantando que con solo sentir su respiración, su lengua, su nariz, acabé. Ella gritó otra vez como si fuese lo máximo. Yo traté de callarla pero ella me sonrió y me dijo: “disfrútalo guapa. Gózalo que como esta vez no habrá otra, mi nena linda.”
Las dos nos fusionamos en un abrazo. Rodamos por todo el piso entre besos y mordiscos, hasta que escuchamos de fondo a la distancia, el resonar de voces diciendo que tranquilas, que pronto nos rescatarían. Reímos como locas nada más pensando que la puerta fuese a abrir en ese instante.
Salvadas
Nos vestimos rápidamente viendo de reojo a la otra, como pidiendo que el momento no acabara. La besé, a lo cual me dijo: “no olvides nena, la vida se disfruta con quien sea. Y tú mi nena eres eso, mi disfrute.” Y como arte de magia la puerta se abrió y ella, impoluta y desvergonzada, se fue agradeciendo la labor de los bomberos. Yo la miré con nostalgia, pero feliz de las ganas satisfechas. Di las gracias por inercia y caminé hacia la calle.
Me lo encontré de frente. Venía corriendo desesperado hacia mí.
-Amor, ¿estás bien?- Yo lo abracé en automático. Ella se giró, me lanzó un beso y desapareció entre la multitud.
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