A pesar de sentirme libre porque ya no debo venderme para sobrevivir y estudiar, ahora siento un vacío. Un deseo que me hace pensar en que lo extraño. Extraño las caricias, el sudor, el jadeo en el lóbulo de mi oreja. La penetración constante, las ganas…
Me siento sola. Siento un enorme hueco en mi alma y en mis entrañas. Mi sexo grita desesperado pidiendo más. Pidiendo algo que no le estoy dando, un deseo que me va consumiendo. Además, últimamente me doy la tarea de meditar y ¿por qué? Por qué demonios no puedo hacer lo que me gusta. Por qué carajos me tildan de puta.
Yo simplemente quiero poder otra vez tener mi libertad, poder decidir que quiero, con quien lo quiero. Cómo lo quiero. A quién me follo porque sí, porque lo deseo y ya.
Es más. Sí soy puta, ¿y qué? Me gusta y punto. Es riquísimo follar y sino lo conozco mucho mejor. Porque de paso, le sumo la novedad. El palpar un cuerpo distinto, medir en mí un pene más grande o más innovador.
Todo es parte de la vida. Mis estudios me forman, claro está. Me llenan el alma y nutren mi inteligencia. Pero que hago yo con el escozor de mi vagina que pide a gritos, no aguanta más no tener dentro de ella, penes de distintos tamaños y colores. Es como ir a una heladería a ver como los demás comen helado. Yo quiero comer y muchísimo “helado”…
El Deseo caliente, grita desesperado por salir
Ya no soporto el grito desesperado de mi interior. Yo quiero coger con quien quiera, sin complicaciones. Voy a tomar un baño con agua tibia, relajante, para salir a cazar, a resolver mi segundo conflicto. Ese deseo caliente que me trae hirviendo todo por dentro.
Es el momento ideal para una rica noche de tríos. Voy a probar, de pronto me gusta. Alguien por ahí seguramente le dará curiosidad como a mi y también querrá probar.
Mi mejor vestido que será ¿negro o rojo? Pienso que mejor el negro. Misterioso, escotado sin ninguna reserva y mucho menos barreras. Es decir, libre soy. Cabello seco, liso y brillante. Perfume sutil, crema con olor a durazno, sin ropa interior y listo. De cacería.
El bar de la otra esquina suele ser un lugar íntimo. Van muchas parejas a escuchar música, tomarse unos tragos y ahogar un poco la pasión contenida de una larga semana de trabajo. Ese es el lugar para mi, para mi despertar de este infierno de soledad.
A la caza del deseo
Justo voy caminando, meditando conmigo misma que hago, qué quiero con exactitud y los veo pasar, agarrados de la mano, miradas ardientes hablándose bajito uno al oído del otro, besándose el cuello entre paso y paso. Quedé fascinada como se veían, por lo que quise sumergirme en ese juego seductor que se traían, me provocó probar a ver si también puedo disfrutar.
Los seguí despacio con cuidado de que no percibieran mi presencia. Hasta que los vi entrar en el mismo bar al que me dirigía, así que sin problemas y sin ningún cambio de planes me lancé, esforzándome ahora sí en llamar su atención. Cuando entré me aseguré de acomodarme en la barra bien cerca de ellos. Sonreí, pedí permiso y me senté pidiendo un trago a la vez que los saludaba.
Al comienzo, la chica se mostró perspicaz pensando que quizás iba a quitarle al novio. Se agarró a su brazo con fuerza como remarcando que ese era su territorio, cosa con la que me quedé tranquila. Solo sonreí y les pedí permiso para juntarme con ellos. Él se apresuro a responderme con tranquilidad que sí, alargando un taburete para que me sentara a su lado, a lo que yo, para evitar conflictos, me senté al lado de su novia, para que ella se calmara un poco.
Coloqué mi brazo sobre la silla de ella y sin rodeos les dije que les iba a regalar la mejor noche de su vida, sin cobrarles absolutamente nada. Explicando que solo quiero como pago para mí disfrutar al máximo la noche. Ambos se miraron tan desconcertados, tan asombrados de la propuesta que no se lo creían. Quizás porque fui muy frontal, dejando un espacio de maniobra muy, muy pequeño.
Antesala del deseo
Lo pensaron no más de cinco minutos y para mi sorpresa, aceptaron sin restricciones. Pagaron todo y al salir del local solo se limitaron a preguntar si era en mi casa o en la de ellos. A lo que les contesté que donde se sintieran más cómodos, que para mi era igual. Nos fuimos en dirección a su casa. Las risas, el cotilleo, las manos entrelazadas se fueron intensificando a medida que nos acercábamos al umbral de la puerta.
Al abrir me pareció todo tan lindo, confortable y cómodo, que con tan solo poner un pie en la sala de estar me quite los tacones y solté la cartera al piso. Hice un recorrido corto por la sala, el bar y la cocina. A medida que iba caminando fui soltando las pulseras, los zarcillos y el reloj. Al llegar a la puerta de la cocina me desabroche el cierre del vestido, dejándolo caer a medida que iba caminando hacia a la sala.
Ellos como petrificados. Se miraban inquietos. Para cortar el temor de ambos, caminé directo hacia ella, le besé el cuello apasionadamente mientras le agarraba los senos. Le fui desabrochando la blusa y el sostén mientras iba bajando hasta besarle los pezones. Le abrí el pantalón, lo bajé poco a poco mientras metía mis manos dentro y agarraba fuerte sus nalgas.
La empuje al sofá para terminar de quitarle el pantalón. Le arranqué la panty, le abrí las piernas y besé su vagina. Cuando sentí que comenzaba a excitarse, me senté sobre ella acercando mis senos a su boca. Su marido expectante, no sabia ni que hacer. Solo nos miraba sorprendido.
Más… más
Ella jadeaba extasiada. Yo me frotaba contra su cuerpo caliente. A él lo agarre por la correa del pantalón, mientras le besaba el abdomen arranqué su correa y le desabroché el pantalón. Agarré fuerte su verga en mis manos. La humedad que traía se percibía bajo la ropa que todavía traía puesta. Jalé fuerte su franela para atraerlo más hacia mi, besando su boca caliente, (muy sabrosa por cierto).
Metí mi lengua lo más profundo que pude. Se desbocó a agarrarme los senos, besarnos indistintamente a su novia o a mi. Me besaba los senos, los de ella, mi vientre, su vagina…
Ella se abrió lo más que pudo, agarrando con sus dos manos la cabeza de él, con la urgencia y el deseo de que se clavará dentro de su cuerpo. Yo ya caliente, atraje hacia mi su gran polla erecta. Quería comérmela.
Le quité el pantalón, terminé de bajarle el bóxer y empecé a mamársela. Mientras, él seguía besándola como loco. Cuando ya la desesperación de él se sentía en el aire, sus ansias de penetrar un cuerpo lo consumían, pues con total egoísmo lo agarre para mí. Lo empuje al sofá al lado de su novia y antes que ella reaccionara me senté con total violencia sobre su magnifico juguete, grande, duro e imponente.
Comparto, pero soy egoísta…
Del tirón me vibro todo el cuerpo. La brusquedad del movimiento me hizo temblar brincando arriba y abajo sobre él, viendo que se retorcía sin contener las enormes ganas que me tenía. Yo como por instinto, porque sinceramente jamás lo había hecho y para que ella no se sintiera celosa, sobre todo porque es una mujer rica y caliente, le agarré los senos, la besé fuerte y la invité a unirse al juego. Le chupe cada pezón con detenimiento hasta sentir que la hacia temblar.
El gritaba como un loco, con total desenfreno, pero no lo dejé acabar. Me paré de golpe, la agarré a ella, la senté sobre él y me paré detrás agarrando sus senos, besando su espalda, su cuello.
Cuando sentí que ya ambos estaban por acabar, para que la acción no se rompiera, me senté al lado de él a decirle suciedades al oído. Lo besé como y cuando quise, hasta que ya no pudo contenerse. Gritaron al unísono, liberados.
Incombustible
Le mordí lo más fuerte que pude la barbilla, cosa que lo volvió a excitar a tal nivel, que a pesar de haber acabado dentro de ella, la apartó de golpe. Me besaba mientras se masturbaba, haciéndose la paja a la par que me toqueteaba para que se le levantara y follarme como me lo merecía, según me susurraba.
Yo jugando con él, me pare sobre el sofá dejando mi vagina a la altura de su cara. Pasé mi pierna por su hombro para que pudiera comer de ella cuanto quisiera. Su lengua me penetro como quiso, me la metió tan al fondo que se me doblaron las piernas ante el goce.
Agarré su cabeza contra mi vagina para que no dejara de hacerlo. Me encantaba, estaba fascinada hasta que la urgencia de su miembro en mi fue tal, que aparté como con rabia su rostro y me senté sobre su polla incombustible lo más fuerte que pude. Grité alto, fuerte y hasta aterrador. Cualquiera pudo pensar que me estaban matando. Lo que en efecto pudo haber sido una muerte de lo más suculenta. Demonios, ¡que cogida tan divina!
Me sujetó por la cintura, obligándome a bajar y subir sobre su verga. Casi que me tenía marcado el ritmo acelerado con que le gustaba que me lo hicieran. Brinqué cada vez más y más sobre él. Ella mientras tanto observaba extasiada, esperando con paciencia una nueva oportunidad para más.
Olvidé quienes eran o donde estaba. Me aboqué solo al disfrute. Me solté dejándome follar cuantas veces él quisiera.
Helado y buenas vibras
Antes del amanecer, ella recordó que tenía un helado de chocolate guardado en la nevera. Se levantó de golpe y salió corriendo como una niñita para compartirlo con nosotros.
En ese instante solos, me acosté sobre él, besándolo con frenesí, suplicando que me lo hiciera por una última vez. Me agarró las nalgas con firmeza, me apretó contra su pecho y de inmediato sentí su pene erguirse entre nosotros.
Sus manos agarraron mi rostro, besando suavemente cada espacio. Ella regresó, pero al vernos, nos dejó seguir libres. Solo se sentó a un lado a observarnos, disfrutando su espectáculo exclusivo en primera fila, con helado incluido.
Él, como que si ella no estuviese me siguió besando tiernamente. Rodamos por la cama, fusionando nuestros cuerpos en un dulce abrazo. Se poso sobre mi y me penetró con dulzura. Me sentí en el cielo.
Por primera vez en muchos años no era sexo. Estaba haciendo el amor. Suave, delicado, apasionado. Con amor y deseo. Mi cuerpo vibraba de formas diferentes. No podía explicar muy bien lo que sentía.
Cuando él estaba a punto de terminar, ella se acostó en la cama, abrió las piernas y dijo: ahora me toca a mi. Él me dio un último, profundo y delicioso beso y se mudó con su novia… o esposa, no lo sé.
Despedida
Volví a mi profesión. Sé lo que implican los sentimientos y corría el riesgo que al final esto no saliera como lo había planeado. Ya sentía «cosas raras» por Robert y George. Las mismas cosas raras que en ese instante empecé a sentir. Los vi haciendo el amor a mi lado, con ese cariño, con pasión y un deseo genuino. Sentí celos.
¿Qué me está pasando?
Sin darle más vueltas me levanté y los dejé en lo suyo. Me dí una pequeña ducha, me vestí y me fui con el despuntar del alba. Solo me despedí totalmente satisfecha en una nota, «recuérdenme en sus deseos nocturnos, en sus ganas y sus sueños».
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