Todos piensan que como mi progenitora tuvo a bien colocarme este nombre, María Peregrina, yo soy algo así como una especie de virgen María. Pero la verdad es que soy una simple mortal de veinte años, a unos días para mi cumpleaños, en el que «supuestamente» seré 100% mayor de edad. (Por ahí dicen que cuando ya tenga la mayoría de edad nadie podrá mandarme, ya les diré si es cierto).
Por lo pronto, soy la mandadera de mi señora madre y en el cole soy algo así como un ejemplo a seguir por buena estudiante. Imagínense si se toman la molestia de leer mi diario, morirían lentamente. Y si de paso algo de lo que escribo ocurriese. ¡Oh, por Dios! Ahí se me execran de la sociedad. Hasta creo que me dirían hereje…
Mis días transcurren en la paz de un pueblo insulso, sin revuelos de ninguna especie. A veces, con la bruma del calor de la tarde, imagino que llega un grupo de chicos guapos y majaderos que acaban con esta pasividad. Pero bueno, a la fecha todavía nada.
Odio vestir como mojigata, pero quién se atreve a contradecir a doña María Clemencia. No puedo escoger ni la ropa interior. Ella se cree con el derecho de decidir por mí, con la excusa de que debe impartirme una buena educación. Si supiera que lo que yo quiero de regalo de cumpleaños es una buena cogida, de esas que te dejan caminando doblada en dos…
Mi Sexy Guitarra
Todas las tardes voy a mis clases de guitarra, único espacio del día sólo mio, que puedo disfrutar sin escuchar todo lo que debo hacer. Simplemente me desconecto sin preocuparme por nada.
Mayor sorpresa me llevo cuando la tarde en que cumplía 21 años y no está el Sr. José, mi profesor, sino que hay un chico como de mi edad, con el cabello largo amarrado en una coleta, dando la clase a los niños más pequeños. Me confundí unos segundos, pero decidí esperar porque seguro mi profe iba a llegar. Llevaba ya como una media hora afuera sentada, cuando termina el turno de los pequeños y me toca a mí. No ha llegado el Sr. José. ¡Sigue el mismo niño!
Por lo que agarro valor, ese que me sobra escribiendo pero no hablando con otros. Le pregunto con un tono de voz tan bajo que hasta a mí me cuesta escucharme si esa es la clase del profesor José, a lo que él responde que ya me estaba esperando. El profesor le había dicho que yo siempre llegaba muy temprano, pero que como no me vio pensó que se me había hecho tarde.
Quedé como embobada viendo su cabellera larga y rubia. Sus rasgos finos, con una barba a medio afeitar, su camisa a cuadros y su jeans roto. Era como el hombre de mis sueños, un adonis. Él noto que me sonrojaba, me guiñó el ojo invitándome a pasar, cerrando la puerta detrás de mi, cosa que me erizo la piel. De pronto me imaginé dentro de una película porno.
Él caminó hasta el medio del salón, se sacó la camisa y se la desabotonó casi toda. Se soltó el cabello, lo desenredó con sus dedos y se lo volvió a amarrar. Yo no conseguía moverme. Ya estaba húmeda de solo imaginármelo dentro de mí. Creo que leyó mis pensamientos, porque sonrió señalando la guitarra para que la sacará y repasáramos la lección.
Estaba tan húmeda que temí se mojaría toda mi ropa. -María- susurró casi cerca de mi oído – viniste a tocar, ¿cierto? A menos que tengas otros planes…
Eso me saco de mi ensoñación, aunque no sé si mucho porque atiné a responder: – Nunca es malo cambiar de planes y más si es para coger en tu cumpleaños.
Soltó una sonora carcajada que me sacó de todo éxtasis. – Niña linda, primera vez que me dan una respuesta tan original- Intenté esconder mi rostro, víctima de un ataque de vergüenza. -Me llamo Robert. Voy a sustituir por unos días al profesor José. En este tiempo podemos aprender dos cosas: las dos canciones que aún no logras sacar y a satisfacer las fantasías de alguien más. ¿Te parece? Yo estoy dispuesto a las dos, sin compromisos ni ataduras, solo a explorar.
Cómo coger y no comprometerse en el intento
No termine de escuchar la frase, cuando ya me había ido encima de él, a satisfacer esa urgencia, ese calor que me quemaba, el deseo de lo prohibido y loco. Lo besé apasionadamente de sorpresa, a lo que él respondió con su lengua hasta lo más profundo de mi ser. El calor iba subiendo al igual que sus manos por mis pechos, sentí como lentamente me desabrochaba la blusa, me la quito de un solo jalón, quedando con el sostén queriendo salirse.
Le desabroché el pantalón, liberando una polla impresionantemente grande, tanto que por poco me arrepiento al pensar como entraría «eso» en mí. La falda cayó al suelo al igual que su camisa. Me besó suavemente el cuello, hasta morderme. Fue bajando hasta chuparme los senos y sin ningún aviso bajo hasta mi sexo y rompió mi panty de un jalón. Sentí su lengua hasta muy dentro de mi… Mis fantasías, mi regalo de cumpleaños soñado, de pronto se estaba haciendo realidad.
Esperé a que terminara de lamerme. Lo subí furiosamente a mi boca, diciéndole que ahora me tocaba a mi. Le bajé los pantalones con brusquedad y lo lamí desde el cuello a la polla. Le mordía con desespero. El me urgía a levantarme para que pudiese penetrarme, pero no lo dejé. Le chupaba los huevos con más fuerza y le daba nalgadas. Él me rogaba porque lo dejara cogerme.
Sabía que si lo sometía a mi voluntad haría todo lo que yo quisiera. Así que lo deje ahí implorando mientras se retorcía. No dejé de succionar y morder hasta que lo sentí correrse en mi boca. Me tomé toda su leche, néctar de vida, sin dejar de mamárselo. Fui subiendo hasta su cara, besándolo poco a poco. Pegue mi cuerpo contra el suyo y al llegar al cuello le susurre: – supera eso, bebé. Ahora sí ¡Cógeme!
Niña Mala, María
Me lanzó contra la pared, olvidando donde estábamos. Me mordió los pechos, el coño. Después me besó por todos lados, diciendo que me daría una lección por ser una niña mala. A lo que yo me iba excitando, deseando que me penetrará pero sin demostrárselo, para no ceder ante él.
Entrecerré los ojos, mientras me mordía lentamente todo el cuerpo. Hasta que sentí una presión indescriptible, entre dolor, gozo y calor. Se paró delante de mi, me levanto con fuerza sobre su polla y me la clavó hasta el fondo. Estaba en el cielo, aquello era todo lo que siempre había deseado. Me apretó contra la pared mientras me cogía una y otra vez. Nos besábamos desenfrenados sin separarnos, con fuerza, con un deseo insoportable de poseernos hasta que no quedara nada de ninguno de los dos.
Sentí cuando acabó mientras me mordía el cuello. Yo igual seguí retorciéndome hasta acabar yo. Por un momento pensé que me iba a tirar al piso, pero al contrario. Lentamente me bajo al piso, besándome poco a poco.
¿Lección aprendida?
– ¿Entendiste la lección?- alcance a escuchar muy bajito cerca mi oído.
-Me cuesta aprender a la primera -respondí- creo que me faltan unas lecciones más.
Le besé el lóbulo de su oreja, sintiendo como se erizó hasta el último pelo de su cuerpo. Lo agarré por el cabello y se lo solté del jalón que le dí. Solo vi su expresión entre sorpresa y sumisión cediendo a mis caprichos. Por los cabellos lo llevé hasta el escritorio. Me puse en cuatro patas sobre el mesón y le dije: – si me coges aquí, te dejaré hacerlo cada vez que quieras.
En el acto sentí su enorme pepino hasta lo más profundo, partiéndome literalmente el culo en dos. Dolía, pero era rico sentirme así.
El tiempo: el enemigo invensible
Creo que no podía ni pararme derecha cuando en medio de la última cogida, ya en el piso yo cabalgando sobre él, vi la hora en el reloj de la pared. Menudo susto, ya era tarde y mi madre podía aparecer en cualquier instante. Imaginen que me encuentre gineteando sobre el profesor.
Intenté levantarme pero él me sujetó fuerte por la cintura, implorando que lo dejará acabar. Saqué su polla completamente de mi vagina, rozando la puntita tan solo. Me agarraba por los brazos para obligarme a sentarme, a lo que yo reaccioné abofeteándolo con fuerza.
-Aquí la que manda ahora soy yo, bebé.
Cuando ya a mí me urgía terminar el juego y acabar, me senté lo más fuerte que pude. Se me olvidó todo de un golpe. Acabamos a la vez corriendo uno sobre el otro, cálido rico fruto de una tarde exquisita. Recogí un poco con mis manos e hice que se lo tomara.
-Nos vemos mañana para la clase, profe.- Él sonrió, todavía aturdido.- Yo soy María Peregrina. No lo olvides.
Me vestí y me despedí con un beso sutil en la mejilla. -Gracias por la clase, bastante productiva.
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